Comer o no comer, he ahí el dilema.
Poco antes de cumplir mis 27 años me convertí en una de las pioneras de fibromialgia en República Dominicana. Desde ese entonces mi salud ha ido en declive, he consultado más especialistas que cualquier otra persona que conozco y pareciera que tengo adicción al quirófano. En los últimos cinco años he querido tomar cartas en el asunto y he leído sobre nutrición, gluten, azúcar, lácteos, carbohidratos, sábila, noni, brebajes, frutas, vegetales y todas sus presentaciones mucho más que la generalidad de mi generación. La conclusión de todo mi conocimiento es que algo de lo que como me va a matar y si no me matará la soledad. Hace unos años llevé una dieta hecha especialmente para mi organismo, partiendo de unos análisis de laboratorio específicos para ese estudio. En cuestión de ocho meses perdí 35 libras, se me borraron algunas ñañaritas de la cara y se limpió mi garganta. Pero el precio de estos beneficios fue, para mí, un poco alto. ¿Leyeron bien? Dije, para mí. No podía comer