A Dios rogando y con la Biblia dando...
Lo primero es lo primero. Yo soy tan culpable de la
declaración que haré a continuación, como los que han alimentado este tema en
mi corazón por décadas. Lamentablemente no puedo dar marcha atrás al tiempo y
borrar los atropellos que cometí – ni tampoco los que me quedan por cometer.
Sólo me queda agradecer a mi Señor por su infinita gracia y orar para que
aquellos recipientes de mi mal sean sanados en el nombre de Jesús, y que Su
gracia también se derrame sobre ellos.
Habiendo hecho esta aclaración, procederé a exponer mis
reflexiones sobre el tópico en cuestión.
Distintos episodios que he vivido en este último año me
han puesto a considerar más seriamente una situación que se da, tristemente, en
todas las iglesias. O más bien en todas las esferas sociales. Lo que pasa es
que cuando sucede en el ámbito de un juego de golf o de un colmadón en un
barrio marginado es algo que esperamos ver. Pero aunque sabemos que la iglesia
no es más que una pandilla de pecadores dirigida por una asociación de
malhechores (generalmente ególatras), igual recibir el menosprecio se siente
doblemente desolador. No es lo mismo ser rechazado y humillado cuando existe la
expectativa, que beber este mismo trago de la mano de quien dice ser mi “hermano.”
De todas las vivencias que sugiero en el párrafo anterior,
la que terminó de concebir esta entrega es una frase de Voltaire que recientemente
leí en internet: “El hombre que te hace creer lo absurdo, te hará cometer
atrocidades.” Y por causa de lo que muchos pastores y líderes eclesiásticos nos
hacen creer y aceptar como bueno y válido, tanto desde el púlpito como desde
sus escritorios, estamos cometiendo una masacre dentro de la iglesia.
En honor a la “excelencia” doctrinal y conductual,
rechazamos cualquier protagonista de escasez que nos haga parecer menos en
nuestro desempeño religioso. Los pobres, los enfermos, los de menos capacidad intelectual
y académica, los de bajo rango social o político, los discapacitados, los
ancianos, los que no son “muy piadosos,” y cualquier otra persona que en
nuestra mente esté “por debajo” de nosotros debe ser sacada de nuestra agenda para que no limite mi funcionalidad "cristiana" ejemplar.
Cada vez que se habla de Isaías 5:20 (“¡Ay de los que a
lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las
tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!”), vienen
a nuestra mente los cantantes de dembow, los funcionarios públicos y los
jóvenes sumidos en una vida inmoral, cuando a nuestro lado hay un hermano
pasando necesidades y sólo pensamos “Nunca dura en un trabajo. Que se deje de andar
de vago y se faje. Además, dice Pablo que el que no trabaje que no coma.” Porque,
por supuesto, siempre tratamos de ser muy bíblicos, y por eso negarle la ayuda a ese necesitado nos hace ser obedientes a la Biblia y, por ende, estamos haciendo lo correcto, lo "bueno." ¿Sí?
Cada vez que se
habla de Marcos 7:9 (“Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios
para guardar vuestra tradición”), pensamos en
otras religiones llenas de rituales y celebraciones que consideramos ridículas
y antibíblicas, pero no nos molesta, por ejemplo, la tradición de acepción de
personas que se va transmitiendo de una generación a otra, cada familia dentro
de su sagrada convicción… aunque la falta de misericordia y compasión no nos
causen el menor conflicto en nuestras conciencias.
Cada vez que se habla de Jeremías 17:5 (“Así ha dicho
Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y
su corazón se aparta de Jehová”), pensamos en los seguidores obsesivos de
políticos o líderes religiosos abiertamente en contra de nuestras convicciones,
tales como Jim Jones, David Koresh, y las innumerables familias polígamas
mormonas de Utah, USA. Y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Los
miembros de las iglesias evangélicas somos los únicos culpables de la nueva ola
de ídolos que se ha levantado, muchos de ellos habiéndose olvidado de que mejor
nunca se hubiesen hecho maestros porque recibirán mayor condenación (Santiago
3:1). Las iglesias se han llenado de minidioses infatuados por el exceso de
adulación, lisonjas y gratificaciones que nosotros mismos les proveemos a
granel.
Nos hemos olvidado de que no hay uno solo bueno, que
todos necesitamos la gracia de Dios; que no se pagó una gota de sangre más por Charles Spurgeon ni una gota de sangre menos por ti o por mí; que los llamados fuimos escogidos y nada
hicimos para merecerlo; que la fe no es de nosotros pues es don de Dios y que
Jesucristo ya lo pagó todo para todos Sus elegidos, sin importar quiénes son y
dónde estén.
Gracias, Señor Jesús, por tu muerte en la cruz. Gracias
porque todo lo clavaste allí y así mi propia maldad no me separa de ti, ni
separa a tus hijos que sufren por mi causa. Bendito y alabado seas por siempre,
Señor.
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