Cómo llegamos a la iglesia del siglo XXI - Parte II: Las castas socio-evangélicas

Hechos  4:32-35
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.”

Desde lo que yo entiendo, este pasaje no está dando una orden ni una sugerencia de que ahora todos debemos vender todo lo que tenemos y empezar a repartir a diestra y siniestra dentro de la congregación. Creo más bien que se trata del relato de un hecho que forma parte importante de la historia de la primera iglesia, aunque no deja de exhortarnos a ayudar a los más necesitados. Porque el mismo Pablo trabajó para no ser una carga para nadie (Hch. 18:1-3, 1 Tes. 2:9), y también él fue quien dijo que el que no trabaje que no coma (2 Tes. 3:10). Así que a mí particularmente no me hace ninguna gracia andar resolviéndoles la vida a los “hermanos” dignos de un Oscar y que a todas luces son vagos e indolentes. Pero cabe decir que aún a éstos de vez en cuando debemos ayudar cuando las circunstancias así lo ameriten, aunque sea por amor al Dios de toda misericordia que decimos amar y servir.

Como nos es amargamente sabido a todos, el atractivo, embriagante e implacable aroma del mundo en algún momento encontró una rendijita en la iglesia que, a través de los años, con su capacidad corrosiva la ha convertido en una abertura que compite con la puerta del arca de Noé.  

Con lo poco que he podido aprender sobre el asunto, me parece que desde que los seres humanos comenzaron a poblar el planeta, las castas sociales han sido establecidas y bien definidas. De manera generalizada, siempre ha habido una clase alta, una media y una baja. Se supone que no debo aclarar lo que acabo de decir, pero tal vez sea mejor que sí. La clase alta es la que goza del mejor estatus económico con todas las añadiduras que esta posición incluye. La clase media disfruta de algunos beneficios de calidad mediocre y más tarde que temprano termina rebasando sus obstáculos la mayoría de las veces. Y la clase baja va desde la pobreza, hasta condiciones en que la única explicación para que estén vivos es de procedencia sobrenatural, porque Dios así lo decidió, porque no hay explicación humana que justifique que todavía estén respirando, debido a la miseria espantosa en la que sobreviven.

Y resulta que por lo general, o por lo menos en nuestro país, la mayoría de las iglesias están formadas por las tres castas, pues aún en las comunidades más humildes siempre hay algunos que vendrían a ser los “ricos” de la congregación, ya que disfrutan del manejo de mejores ingresos y, por lo tanto, les va menos mal que al resto.

Pues qué resulta. Que mientras mejor posición económica se posee, también se tienen más posibilidades de una mejor educación académica, acceso ilimitado a la información virtual, y más poder de adquisición de cualquier herramienta necesaria para la alimentación, salud, vestimenta, crecimiento cultural, etc. Y mientras más poder adquisitivo se tiene, más oportunidades también se abren de moverse en esferas sociales más altas. Lo cual a su vez trae beneficios adicionales en los círculos sociales, y la suma de todo esto trae como resultado un grupo de más alto nivel que rehúsa mezclarse con los que ellos consideran inferiores, ya que estos últimos no les representan ningún aporte económico, ni de beneficio personal, ni intelectual, ni de poder. Y este mismo sistema es que al día de hoy se vive dentro de las congregaciones, aunque desde los púlpitos se hagan frágiles y efímeros esfuerzos de lo contrario. 

En algún momento en la vida de la iglesia, conforme a lo que he percibido personalmente, se hizo importante complementar esa posición económica superior con una sobredosis de conocimiento teológico que, a la larga, y según me parece a mí, ha llegado a convertirse más en una píldora venenosa cuyos ingredientes son la arrogancia, la prepotencia y el menosprecio hacia los que no están en condiciones de ponerse a su nivel. Aunque como en toda regla también aquí hay sus excepciones, gracias a nuestro buen Dios.

Lo que conozco sobre el ser humano es lo siguiente:

* “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.” Isaías 64:6

* “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.” Rom. 3:10-18

* “Porque Él conoce nuestra condición, se acuerda que somos polvo.” Salmos 103:14

* “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efe. 2:8-9

* Y para colmo nada de lo “bueno” que hacemos es motu proprio, porque como somos irremediable e inminentemente incapaces de hacer nada bueno, tuvieron que resolvernos ese problemita: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe. 2:10)

Y que a pesar de que por el apóstol Pablo no se pagó una sola gota más de la Sangre preciosa de Jesucristo y por esta cosa que escribe no se pagó una gota menos, fue exactamente el mismo bendito y glorioso precio por todos, todos, todos los que conformamos el pueblo de Dios, sin embargo no sé en qué instante alguien decidió que los de mejor casta socio-evangélica eran más apreciados por Dios que los menos afortunados. Y eso, que el Señor nos advirtió que a los pobres siempre los tendríamos en medio nuestro (Juan 12:8). ¿Se imaginan que no hubiese llegado a decir nada?
  
Es una exclusión silente y que la mayoría prefiere tener por invisible, pues intentar hacerle frente es casi volverse Caperucita Roja, con el agravante de que el final de esta nueva versión, cuando aparece el gran Cazador y mata al lobo, vendrá sin que Le esperemos. Así que muy probablemente todos los Caperucita Roja de cada congregación terminarán siendo el plato principal de los lobos, como ya lo he vivido personalmente y lo he visto suceder en otros buenos hermanos, hasta que nuestro Cazador nos reivindique. Por lo tanto, y como una más de las innumerables razones por las que Cristo tuvo que morir por nosotros, es más fácil, menos estresante y nos acarrea menos problemas ser cobardes e insensibles al abuso del que llamamos prójimo. Como dice el refrán, “dolor ajeno no quita sueño.”

Es como si los textos a continuación tuviesen otra traducción en muchas Biblias o simplemente los omitieron y sus dueños no se han enterado. Pero ya pueden respirar porque con esto me despido por ahora. En la tercera parte trataré algunas facetas del nefasto tema del abuso de poder dentro de la congregación.

1 Timoteo 6:17-19

Santiago 2:1-9

Mateo 25: 31-46

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