Perseguir las riquezas no es la mejor señal de que somos de Cristo
Mateo
19:23 Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un
rico en el reino de los cielos.
19:24 Otra vez os digo, que es
más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el
reino de Dios.
No sé cuántas veces en mi mente me he sacado la lotería,
o ha aparecido una fabulosa herencia de algún pariente lejano desconocido o, en
el más creativo de los casos, le salvé la vida a algún multimillonario
norteamericano y en agradecimiento él me regala unos pocos milloncitos de
dólares.
El asunto es que si ya mi salud y mi cuerpo están
predestinados a seguir deteriorándose, pues por lo menos, pienso yo, que haya un jugoso refrigerio
que vaya haciendo el balance con las miserias de mi escasez física. Y así por
el estilo.
A nadie le gusta la pobreza y no tengo que detallar por
qué. Y aun los que sin ser ricos disfrutamos de ciertas comodidades, igual
anhelamos una “mejor calidad de vida” por así llamarle. Y los que nos llamamos
hijos de Dios no estamos exentos de perseguir el dinero.
Pero por favor, no me malinterpreten. No estoy aquí
diciendo que los ricos están en pecado ni que es pecaminoso querer mejorar su situación
económica. No es por ahí que voy. No me tergiversen, les ruego.
Por donde sí quiero ir es a considerar qué implica correr tras las riquezas, el mucho dinero; no el necesario para tener una calidad de
vida digna, en buenas condiciones. Y a quien Dios le dio mucho dinero, pues que
lo disfrute muy bien, porque Él mismo dice en Salmos 50:12 “Si yo tuviese
hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud.” Todo lo que
hay en el universo, todo lo que tenemos Le pertenece. Sólo nos lo ha prestado
por un tiempo.
Si queremos saber cómo es una persona realmente sólo
tenemos que ponerle mucho dinero en las manos y el poder que éste trae consigo. Como muchos hemos comprobado, tristemente el exceso de dinero
transforma una lombriz de tierra en un dragón. De ahí viene la advertencia de
Pablo en 1 Timoteo 6:9-10 “Porque los que quieren enriquecerse caen en
tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los
hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor
al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores.”
Y por favor, entiendan y crean que no tengo absolutamente
nada en contra de los ricos. Y vale añadir que, a lo largo de la Biblia entera, a los ricos se les dan instrucciones con frecuencia sobre cómo usar su dinero desde el punto de vista de Dios. Pero insisto que este artículo no se trata de atacar a los favorecidos con bienes materiales en abundancia. Tengo muy buenos
amigos a los que amo y a quienes Dios se complació en darles riquezas. Lo que
sí quiero es convencer a los que no tenemos esas riquezas materiales, de que
aunque ahora no lo creamos ni lo comprendamos, ciertamente es Dios que nos está librando y que nos esperan cosas
mucho mejores. Y que también sí es real que las riquezas dificultan la entrada
al cielo y eso lo dijo el mismo Señor Jesucristo, como vimos al principio, así que en nada estoy
cometiendo un agravio.
Si nos fijamos en la porción de las Bienaventuranzas del
Sermón del Monte (Mateo 5:1-11), podemos ver de inmediato que la descripción de
la mayoría de los bienaventurados no es la que caracteriza a una persona
adinerada:
5:3 “Bienaventurados
los pobres en espíritu…” La pobreza de espíritu no es una cualidad incluida en
el paquete de las riquezas materiales.
5:4 “Bienaventurados los que lloran…” Al pobre le sobran
razones para llorar todos los días de su vida.
5:5 “Bienaventurados los mansos…” El dinero crea una falsa
y peligrosa sensación de superioridad y la mansedumbre no es precisamente una
de las virtudes que promueve.
5:6 “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia…” En el 98% de los casos, la justicia en nuestros días tiene un precio,
por lo que al pobre se le hace casi imposible obtener justicia.
5:7 “Bienaventurados los misericordiosos…” La
misericordia es cada vez más difícil encontrarla y casi siempre el exceso de dinero es su mejor escondite.
Pero que quede claro que me dirijo a los que están
inscritos en Su Libro de la Vida. Quien no pertenece a los escogidos de Cristo
puede tener un espíritu paria, llorar las 24 horas de todos sus días, ser más
manso que Moisés, vivir al borde de la muerte por inanición y sed de justicia y
ganarse el Premio Nóbel de misericordia, y no entrará en el reino de los
cielos. Y eso no lo digo yo, lo dice el mismo Señor Jesucristo: Juan 14:6 “Jesús
le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí.” Y escogí este versículo por sólo mencionar uno de los muchos textos
que apoyan la doctrina de la salvación en Jesucristo como la única vía. Así que
pobre o rico “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
Somos tan insensatos y poquitos para con nuestro gran
Salvador, que muchas veces casi agonizamos por más dinero, mientras Él en ese
amor incomprensible e infinito nos lo impide, sólo para amarnos más, estar más
cerca de nosotros y sorprendernos en aquel glorioso día con cosas inefables.
Me despido con las mejores palabras de consuelo que pueda
usar, esperando de todo corazón que nuestro bendito y glorioso Señor Jesucristo
nos consuele, nos fortalezca para seguir peleando la buena batalla, y nos dé la
convicción de cosas divina e infinitamente mejores en aquel día junto a Él.
2 Corintios
4:7 Pero
tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de
Dios, y no de nosotros,
4:8 que estamos atribulados en
todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; 4:9 perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
4:10 llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
4:11 Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
4:12 De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida.
4:13 Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos,
4:14 sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros.
4:15 Porque todas estas cosas padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.
4:16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.
4:17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;
4:18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
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