La sabiduría duele

Eclestiastés 1:18
“Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor.”

Este versículo es tan cierto y conmovedor, que demanda silencio y tiempo suficiente para poder absorber el impacto de sus palabras con el grado de entendimiento que amerita. O por lo menos así me parece a mí.

Cada lección aprendida es una moneda de dos caras. La cara de la sabiduría que adquirimos (a los que la gracia de Dios les permite aprender con la lección impartida), y la cara del pecado del estudiante.

Hay un extremo de la entrega incondicional que no se conoce hasta que uno se casa. Pero ninguna otra relación expone más a un ser humano al abuso, la humillación y la vergüenza como el matrimonio.

Nada como tener hijos para experimentar y comprender el amor sin límites, ése que nos lleva a sacrificarnos a nosotros mismos para que a nuestros hijos no les falte nada. Pero cuánto se sufre también por ellos. Y no hay sufrimiento más grande que el mal que les acontece a nuestros hijos y verlos caer por causa de sus pecados.

Cuando aprendemos algo sobre las maravillas de la creación, todavía no hemos terminado de asombrarnos, cuando ya nos toca ser testigos de la gran maldad que el hombre es capaz de generar en contra de cualquier cosa creada.

Y aun cuando nos preparamos esforzadamente para los más nobles oficios, vemos cómo el orgullo, la envidia y el egoísmo (y la lista sigue) van dejando sus huellas a lo largo del camino.

Realmente mientras más discernimiento adquirimos, más rápida y ampliamente percibimos nuestro propio mal y nuestra gran insuficiencia. Y el dolor y la impotencia cobran un impuesto muy alto a la mente y el corazón, y a veces hasta a la salud.

La ignorancia, por su parte, ofrece el chaise longue de la ceguera existencial. A mayor ignorancia, menor ansiedad y menos preocupaciones. El ignorante no se da cuenta de muchas cosas y por lo general vive una vida simple, menos complicada psico-emocionalmente, sin percatarse- y por ende sin que le afecte- del daño que va dejando a su paso por la vida.

La falta de conocimiento muchas veces pone a una persona en una posición que él mismo es incapaz incluso de darse cuenta hasta de su propio mal. Y las personas que viven en este estado de inopia espiritual e intelectual, constantemente hacen despliegue de su estupidez, indolencia y escasez de misericordia. Pero ni se enteran cuando estos trenes lo aplastan.

Aunque hoy día la gracia de Dios con frecuencia me lleva a escoger el dolor de la sabiduría, les confieso que la ceguera existencial a menudo me resulta muy atractiva.



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