Cuando el alma está hastiada de males


Salmo 88 (porción)
15 Yo estoy afligido y menesteroso;
Desde la juventud he llevado tus terrores, he estado medroso.
16 Sobre mí han pasado tus iras,
Y me oprimen tus terrores.
17 Me han rodeado como aguas continuamente;
A una me han cercado.
18 Has alejado de mí al amigo y al compañero,
Y a mis conocidos has puesto en tinieblas.

El título de esta entrega es el versículo 3 de este salmo. El salmista llora su desgracia los 18 versículos que tiene este Salmo 88. Hasta donde él nos revela, sus años estuvieron llenos de dolor, aflicción y rechazo de familiares y amigos.

Sólo Dios conoce Sus razones y Sus tiempos. A veces nos sentimos tan aplastados que sentimos que nos asfixiamos, que estamos prontos a morir, porque no podemos creer que nuestro amante Padre Celestial nos va a dejar mucho tiempo más en esa situación. Y no es inusual que cuando más oramos y lloramos, entonces las cosas empeoran.

Si el tiempo de Dios es prolongado, eventualmente se aprende a convivir con el sufrimiento. Se puede llegar a un punto de adaptación al mal que acontece, que se vuelve más fácil lidiar con el rechazo y la aflicción, que recibir algún elogio o algún bien de alguien, quien sea. Se pierde la capacidad de aceptar lo bueno que suceda y se recibe con recelo, desconfianza e incredulidad. Y esto trae como consecuencia que a veces no se sabe corresponder al bien recibido. Por eso vemos personas a las que tratamos de agradar, precisamente porque conocemos su continua desgracia, y muchas veces no saben cómo reaccionar al bien que les queremos hacer, lo que a los ojos de algunos los hace pasar por ingratos. Y no lo son. Es que el sufrimiento constante e insoportable les dañó ese pedacito de la mente y del corazón.

Entonces viene una segunda, tenebrosa y peligrosa fase cuando llega a tocar el puro fondo. La persona convierte su aflicción y depresión en su zona de confort y en escudo protector. Y cualquier mínima victoria, por momentánea e insignificante que parezca, siempre será un milagro de Dios. Pero sacar una persona de esta fase es como si Dios volviese a abrir Su boca y creara otro universo. Y sólo Él puede hacerlo.

Se puede ofrecer consejos, soporte emocional, ayuda económica o física, pero “si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Si Jehová no abre la puerta de la prisión de esa persona, en vano tratamos de romper el candado. Si es un ser querido, debemos darle todo nuestro apoyo y nuestra ayuda, pero sobre todo y más que nada, nuestras fervientes oraciones al Único que puede liberarlo, levantarlo, restaurarlo y hacerle brillar una vez más.

Nos olvidamos tanto de este texto que con gusto lo vuelvo a compartir:

“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” Romanos 9:16



Comentarios

Entradas más populares de este blog

Si nos dañan, queremos venganza...

Cristo, sólo Cristo es nuestra justicia

Sólo Jesús nos puede cambiar y nadie más