Yo peco gris y tú azul bolita

Los últimos cinco meses de mi vida han estado cargados de una sobredosis de estrés que me está matando. Se me han añadido situaciones inesperadas que han exprimido hasta mi última gota de aliento, energía, paciencia y tolerancia. La esperanza ahora mismo es casi un concepto abstracto. De esos tiempos en que el texto de Salmos 27:13 se vuelve mi hematocrito:

Salmos 27:13
Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová
en la tierra de los vivientes.

Y es que se me juntaron varios al mismo tiempo. He llorado como hacía tiempo que no lo hacía y hasta llegué a tirar la toalla en el inodoro para no verla más… lo cual fue peor para mí porque de ahí mismito la cogieron y me la arrojaron devuelta.

La impotencia de tener que dejarme agraviar por varias personas al mismo tiempo, sin poder hacer absolutamente nada por defender mi derecho ni evitar que me abusen; peor aún, entendiendo que lo mejor para resolver estas situaciones, lo que más me conviene, es quedarme callada y dejar que me cojan de gaznápira (suena mejor que “idiota”), ¡esto es infinitamente insoportable! Y yo que juraba que achicharrarme el cielo de la boca con pizza caliente era mucho peor.

Lo que sí me ha enseñado este tiempo, y que me temo que me lo seguirá enseñando por algunos meses más, es la capacidad de pecar contra los demás que todos tenemos sin que esto nos inmute. Incluso en muchos casos nuestra conciencia ya medio cauterizada nos hace creer que no está tan mal lo que hacemos.  

Pero la mejor parte de este aprendizaje es cuánto enojo, indignación y zozobra nos causa la injusticia y el atropello que cometen contra nosotros, pero ni nos percatamos de la misma injusticia y el mismo atropello que cometemos contra otros. Y es así como terminamos catalogando a los demás de diablos, indolentes, abusadores, etc.,  mientras que otros andarán pensando y/o diciendo exactamente lo mismo de allá para acá.

Y es que cualquier cosa que decimos o hacemos bien es absoluta y exclusivamente un regalo del cielo. Santiago 1:17 “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.” Nuestra inclinación y naturaleza nos llevan a encajar perfectamente en la descripción de adjetivos del párrafo anterior. Es la gracia de Dios que nos impide ser iguales peores que otros, aquéllos que nosotros consideramos los malos de la película.

Todos pecamos. Sólo que vemos nuestros pecados de distintos colores, y por lo general los nuestros los vemos de un color que no nos molesta mucho, pero los otros pecan en colores escandalosos y de mal gusto. Si pertenece a la raza humana es pecador (aunque algunos parecen más bien orcos del filme “El Señor de los Anillos”). Qué complicado es recordar esto y tenerlo en cuenta. Y es que cuando nos agreden de cualquier manera, en cualquier grado, es tan difícil absorberlo y a la vez recordar que nosotros hemos agredido también.

Y no les prometo nada. Sólo les estoy compartiendo lo que me están enseñando a otro nivel en estos últimos meses. Nivel Everest, diría yo, pero estoy segura que la opinión de Dios es otra…


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Breve análisis de las estrofas de nuestro himno nacional

Sólo Jesús nos puede cambiar y nadie más

Cristo, sólo Cristo es nuestra justicia