Nuestro propio Peñón de Gibraltar
Primeramente les quiero mostrar el
significado principal de la palabra “cauterizar” en el diccionario de la RAE: “Quemar
una herida o destruir un tejido con una sustancia cáustica, un objeto candente
o aplicando corriente eléctrica.” Y como dicen las instrucciones de algunas
recetas, ponga aparte y reserve.
Recuerdo que cuando era joven y
soltera, siempre arreglada de salón de pies a cabeza, no me gustaban los bebés.
Cuando veía uno le hacía gracia de lejos, pero jamás lo cargaba o dejaba que se
me acercara. Me daba terror que decidieran descargar cualquiera de sus desechos
sobre mí. El magnífico y brillante genio que inventó los pañales desechables no estaba en eso
todavía. Y no sabía a cuál le tenía más asco, si al número uno, al dos o a los
vómitos.
Pocos años después me casé y entonces
no me quedó más remedio que cargar el bebé. Mi primer hijo nació y, como
supondrán, no sabía absolutamente nada porque nunca ensayé. Los primeros baños,
vómitos y limpiados de trasero se convirtieron en grandes hazañas; era escalar
el Everest a mano limpia cada vez. Y por supuesto, no había pasado un
mes y ya ni me inmutaba. Cuando la ocasión surgía, automáticamente procedía a
hacer la limpieza y los cambios de lugar.
Por muchos años pensé que 1 Timoteo 4:2
se refería estrictamente a los mencionados en el versículo anterior: “4:1 Pero
el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de
la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; 4:2 por la hipocresía de mentirosos
que, teniendo cauterizada la conciencia…” Creía que los que yo podía
identificar abiertamente de apóstatas, falsos maestros dentro de la iglesia o de otras religiones, eran
los que tenían la conciencia cauterizada. De los que no se identifican con el
pueblo de Dios nunca pensé nada. Simplemente los ponía en la lista de no
creyentes y sanseacabó. Y como siempre he esperado cualquier cosa de alguien que
no muestra temor de Dios, entonces no me sorprendía mucho la
indolencia que pudieran manifestar.
Pero los años me probaron mi gran error, enseñándome que el asunto
es más profundo y amplio de lo que mi escasez me permitía ver. Todos somos capaces de cualquier cosa.
Como les compartí al inicio, cauterizar
es “quemar una herida o destruir un tejido con una sustancia cáustica, un
objeto candente o aplicando corriente eléctrica.” Y es que así se siente cuando
hacemos algo digno de satanás. Nuestra conciencia es herida, se destruye el
tejido del bien de nuestro hombre interior. Se va la tranquilidad de espíritu y la ansiedad nos mantiene con abrazo de oso. Y cada vez que repetimos el acto es
una herida nueva para la conciencia. Hasta que finalmente la conciencia
desarrolla una coraza y ya no siente más.
Así les pasa a quienes practican algún
tipo de manualidad o un instrumento musical, o se dedican al ejercicio o el
baile. Al principio hay dolor y sacrificio, pero luego el cuerpo se acostumbra
y desaparece el dolor, llevándose el sacrificio y dando paso a la satisfacción.
Pecamos, nos asustamos, la conciencia
no nos deja en paz, no tenemos sosiego y nos preocupan las consecuencias. Pero
luego vemos que no nos fue tan mal, nos salimos con la nuestra y la calma
vuelve poco a poco. Con el agravante de que si nos complace, estamos dispuestos a pagar el precio cuántas veces sea necesario.
Y como es algo que llevamos en el ADN,
cualquier pecado que nos cause placer – arrogancia, acepción de
personas, abuso, engaño, trampa, avaricia, ausencia de misericordia y compasión, holgazanería,
entrometerse en vida ajena… - será imposible que dejemos la práctica sólo
porque la primera vez experimentamos intranquilidad y cierto grado de angustia.
A medida que seguimos ese camino de
perdición que escogimos, los callos van dando paso a una coraza impenetrable.
En algunas ocasiones pagamos las consecuencias y esto nos altera un poco; nos
asusta porque no esperábamos este desenlace. No viene el arrepentimiento, sino
el remordimiento de que fuimos expuestos y vieron nuestra basura. Pero volvemos
a comprobar, a la corta o a la larga, que dejó de agobiarnos y pudimos absorber
y manejar las consecuencias sin mayores conflictos.
Y después que hemos hecho un Peñón de
Gibraltar de nuestra conciencia, finalmente ni la kriptonita la ablanda (kriptonita
es el metal ficticio que debilita y enferma a Superman).
Pero hay algo especial con la conciencia
cauterizada: no puede esconderse. Ese pecado que hemos aprendido a proteger a
toda costa siempre sale a la luz. Lo que no nos damos cuenta es de que nos convierte en grandes estúpidos,
porque llegamos a convencernos de que no es pecado, que es simplemente una
cualidad de nuestra personalidad y que los demás no pueden ver la podredumbre
detrás de las cámaras, cuando a veces es tan fuerte que ni siquiera tienen que
abrir los ojos; el olfato les basta.
Abandonar un pecado que nos esclaviza y que ya petrificó nuestra conciencia es imposible. Sólo Dios en Su infinita gracia y misericordia puede abrir esa
cárcel y darnos la libertad. Por eso la eternidad no será suficiente para que yo
entienda Juan 3:16.
Creo no habia visto analisis mas real de la pobredumbre humana detras de sus mascaras
ResponderBorrarGracias por tu comentario. Escribo de mi propia vivencia. Por eso toda mi vida no será tiempo suficiente para agradecer a mi Señor por Su gran salvación que me regaló.
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