Alumbremos sin dejar a los demás ciegos
Mateo 5:13-16
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se
desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser
echada fuera y hollada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre
un monte no se puede esconder. Ni
se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Estaba viendo un vídeo de youtube, en el que un coro de
cantantes góspel fue gratificado de manera especial por su presentación con la
canción “Let It Shine,” en español “déjalo brillar.” Me hizo recordar que los
cristianos debemos ser la luz en medio de las tinieblas que nos rodean.
Pero, pensé, ¿a qué luz se refiere Jesús? ¿Cuánta luz es
suficiente?
Hace varios años supe de un conocido que estaba pasando
por un momento muy duro en su vida. Su hermana cristiana se comunicó conmigo y
me pidió que lo ayudara, que le predicara el evangelio. Pensé que era mejor
presentarle a quien en ese entonces fuera un buen amigo, un hombre que no me
cabe la menor duda que es un hijo de Dios con mucho conocimiento y buen discernimiento.
Llegué a tener la esperanza de que, a través de ese primer encuentro, quizás
hicieran una amistad y así él encontraría una ayuda ideal a largo plazo.
No pudo ser peor. Mi amigo ese día echó hasta su propia
gracia común a la basura. Mi conocido le expresó su confianza absoluta en unas “palabras
proféticas” que una amiga pentecostal le había escrito en una hoja, lo
importante que ese papel era para él en medio de la angustia que sentía, a lo
que mi amigo le refirió de manera muy áspera “Eso no sirve para nada.” Y éste
fue sólo su más desagradable momento. Fue impaciente con la falta de
conocimiento bíblico y hasta de sentido común del pobre conocido, y así mismo
nos lo hizo sentir a los dos. Ni se imaginan la vergüenza que me dio y lo mal que me sentí. Como era de esperarse, el conocido jamás volvió a
hacer el intento de comunicarse conmigo, mucho menos hacerle honor a la
invitación que yo le extendiera para que visitara la iglesia.
En esa ocasión no sirvieron para nada todo el
conocimiento de mi amigo y sus muchos años como predicador. Pudo más su
fastidio por el pecado de ese hombre que llegó deshecho a buscar ayuda, y el
resultado fue que el pobre infeliz salió con otra paliza añadida. Mi amigo “encendió
tanto su luz” que dejó ciego al conocido.
Todos sabemos que cuando nos alumbran muy fuerte a los
ojos es muy molestoso y nos puede cegar y lastimar los ojos. Incluso muchos prefieren lámparas
manejadas con un regulador de intensidad (lo que comúnmente le llaman “dimmer”),
para tener una iluminación que sea suficiente y agradable a los ojos a la vez.
A demasiados cristianos les falta el dimmer.
¿Que hay momentos en que se necesita un gran foco que
ilumine una torre? Esto también es cierto. El mismo Señor Jesucristo usó algo
de violencia cuando fue al templo a echar los mercaderes (Mateo 21:12-13). Pero
todos sabemos que estos casos son excepcionales, no los que a diario nos encontramos.
Somos muy prestos a “alumbrar” a los demás con nuestra
propia luz; una luz que viene de un foco dañado por el pecado. Si no aprendemos
de Él a ser “mansos y humildes de corazón” (Mateo 11:29), nuestra luz siempre
hará más daño que bien, como muchos de nosotros ya lo hemos comprobado, tanto en
nosotros mismos como en otros hijos de Dios.
¿Y qué decir del exceso de sal?
De las experiencias más desagradables que hay es probar
una comida subida de sal. Y mientras más se pasan con la sal, peor es el
momento. Si algo que nos gusta mucho está desabrido, esto le mata el entusiasmo
a cualquiera. Pero si está salado, no solamente mata el momento, sino que también
es dañino para la salud. Cualquier cosa salada es sencillamente intragable. ¡La
comida en su punto de sal es tan deliciosa!
Ya se ha hecho mucho daño “en el nombre de Jesús.” Me
llama la atención que el Señor no usa la predicación del evangelio, ni las
oraciones en público, ni las reuniones de muchedumbres, ni las vigilas, ni nada
que se le parezca para decirnos cómo debemos alumbrar. Veamos esta porción del
texto nuevamente: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Lo que más le va a decir
al mundo sobre la luz que recibimos de Cristo son nuestras buenas obras. Es así
que el mundo va a glorificar a Quien nos atrevemos a llamar nuestro Padre que
está en los cielos.
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